Relato acerca del amor.

En este post comparto con vosotros un texto que ha surgido esta misma tarde, fruto de una conversación en la que mi padre me preguntaba cómo me encontraba. La frase que ha surgido como respuesta: «no hay color», a mi entender, quedaba muy corta. Así que, a través de ella, mis dedos sobre el teclado han formado el texto que tienes justo aquí debajo, prácticamente sin revisión. En este post hablo del amor, de cómo lo veo y vivo hoy. De cómo me apetece vivirlo.
Aunque en mil años nadie pudiera llegar a discernir qué existe en ti que logra multiplicar cada uno de mis pequeños yos, en tamaño, en fuerza, en ímpetu, en paz, tanto daría, mi amor. Porque no hay comprensión que valga la mitad de la mitad de la mitad de cuanto vale el efecto de aquello sobre lo que hablo.
No hago nada de otro mundo, aseguras. Mas no es así. Todo cuanto haces, todo cuanto surge de ti, a lo largo de este tiempo, no puede ser de este mundo. Este mundo que, mirado al trasluz, no es tan suave ni tan dulce ni siquiera tan estimulante, si es observado ajeno a ti.
Cuanto haces, todos esos pequeños detalles que, aseveras, no son nada, despiertan un bienestar inextinguible. Provocan una expansión en mi corazón y mente que llevan a la sensación indiscutible de que todo mi mundo es mejor no por esos pequeños detalles tan tiernos, salpicados aquí y allí en nuestro día eterno. Todo mi mundo es mejor porque soy incapaz de volver a verlo como antaño, ahora que he hecho mía la comodidad de los besos espontáneos, los abrazos que cobijan, los ojos que ríen, los despertares que ríen más aún…
Dices que no haces nada de otro mundo. Tal vez sea así para el resto de mortales. No obstante, para mí, conviertes este tiempo que compartimos en incombustible, en breve y atemporal, en inmenso y ligero, en un continuo fluir y flotar y volar.
Aquello que aportas no termino de comprender porqué lo sientes sencillo, aunque así lo sea. Tal vez porque surge en ti con naturalidad, sin cuestionártelo, sin proponértelo. De forma espontánea, súbita, como un todo con el resto de aquellos actos reflejos que tu cerebro impele a tu cuerpo a llevar a cabo para su propia supervivencia.
Tal vez, pienso, sea por eso mismo que no puedo sino degustar cada uno de ellos, besar cada beso, acariciar cada caricia, degustar cada abrazo… y acoger cada pizca de amor con el amor mismo. No consentir que caiga en rutina, en costumbre, en algo que dar por supuesto.
Porque no existe nada más vacío que el amor que se da por supuesto. No existe nada más pleno que notar tu propia sonrisa bajo un beso, enredado en los brazos del ser amado, enaltecido por el estimulante sonido del latir del compañero que contagia al propio. No hay nada más pleno que notar la certeza de un amor vuelto real, casi físico, casi mortal, que va filtrándose en tus sensaciones, en tus pensamientos, en tus sueños, en tus suspiros y en ti mismo.
No haces nada de otro mundo, insistes. Trastornas mi mundo llevándolo a un punto en el que la posibilidad es más que una palabra, que el bienestar es más que un anhelo, que el viajar es algo que puede llevarse a cabo a cada minuto, de tu mano, volando con nuestras imaginaciones convertidas en alfombra mágica.
A través de los mares, bajo ellos, a través de las montañas y, por supuesto, a través del tiempo. Viajamos y vivimos aventuras que no podrán ya jamás llamarse imposibles, porque las hemos visto con los ojos de nuestro corazón. La fluidez, nuestro vehículo. La magia, nuestro pasaporte.
Dices que no haces nada de otro mundo y tal vez tengas razón. Mas para mí cuanto llevas a cabo no es ordinario ni normal, ni para consentir que pase jamás desapercibido.
Dices que no haces nada de otro mundo y para mí, todo cuanto tiene que ver contigo y cuanto conlleva tenerte en mi vida no es que sea de otro mundo: simplemente es otro mundo en sí.
¿Qué es para ti el amor? ¿Cómo lo sientes?
¡Compártelo en redes sociales y agregadores de noticias!
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...