10+1 Pequeñas grandes cosas por las que te querrán más aún algún día
¿Te preguntas qué lleva a unas personas a despertar amor en sus seres queridos? Descubre mi lista de 11 costumbres amorosas.
Esta semana hablo de enseñanzas vitales, del amor, de aquello de nosotros que perdura más allá de nuestra existencia. Hablo de querer, de amar, de aprender, de qué aprendí de mi madre a lo largo de los años en los que tuve la fabulosa suerte de poder contar con su compañía e influencia positiva. También trato de poner negro sobre azul el precioso legado que me dejó, de pequeñas grandes cosas por las que te querrán más algún día. Y más… Y más aún…
Hace unos recibí unas preciosas palabras de una amiga que acaba de convertirse en una sonriente mamá. Entre las cosas que me comentaba, expresó su deseo de que algún día su hija (que lleva un precioso suspiro en la vida, un aliento inconmensurable en la de su mamá) la quisiera la mitad de lo que yo quiero a la mía, a mi rubia.
Comoquiera que los sentimientos son difíciles de medir y evaluar por el común de los mortales, no sabría poner en cifras, siquiera en palabras, ese amor del que ella hablaba.
Tampoco puedo darle consejos de madre, puesto que no lo soy.
Costumbres amorosas
Como decía, no puedo hablar sobre cifras o ciencia, ni como madre. Lo que sí puedo hacer, es tratar de explicar porqué no sólo no dejo de querer y echar de menos, en diferente forma, a lo largo del tiempo, a mi madre y esperar que su legado se perpetue así, también, de vuestra mano, si os apetece permitirle contagiaros su energía y belleza intelectual y emocional.
- Era mi madre todo el día, pero no siempre con «el traje de madre» ceñido: daba paso a otro tipo de alegres vestimentas, que no disfraces: de amiga, de confidente, de maestra… sentirte libre de ser tú en ciertos momentos con tu descendencia, quitarle etiquetas y presión a tu labor quizá te ayude a crear mayores lazos, menores distancias.
- Siempre estaba dispuesta a enseñar: yo fui una niña tranquila con una mente muy inquieta. Ella no sólo no frenó mi necesidad de aprendizaje, sino que la potenció. Con ello, ver la tele no era entretenerse, sino aprender cosas de la vida, de las relaciones humanas que, de otro modo, tal vez no me hubiese dado tiempo a aprender antes de que partiese del mundo «palpable».
- Me regaló herramientas vitales muy importantes: empatía, sentido del humor, respeto… Y fue una de las personas que más me insistió en que no hay nada que no puedas realizar, si verdaderamente deseas hacerlo. También me insistió en algo muy importante: «si no te valoras tú, nadie podrá hacerlo por ti».
- Tras darme esas herramientas tan fantásticas, fortificó mi seguridad en mí misma y mi criterio permitiéndome vivir y aprender con mis errores sin inmiscuirse, salvo en forma de muy puntuales y sutiles pistas: yo sentí que confiaba en mí y en mi capacidad para sacar patas, mi resilencia… Vamos: que me sentí muy valorada como persona adentrándose en el mundo de los no-niños. ¡Un lujazo!
- Se molestó en preguntarme sin ideas preconcebidas sobre qué sentía y cuando le contaba mis intimidades no me sentí jamás ni juzgada ni presionada. Noté en su hablar curiosidad y ganas de eliminar barreras generacionales , además de ganas de entender el mundo a través de mis ojos.
- Siempre que comíamos sandía me daba el corazón. Literalmente. Figuradamente. La sandía, como otras frutas, tiene un sabor especial en su centro, en su corazón. Y ella solía dármelo, pero no sin dejar de recalcar entre risas el hecho de que me lo daba y su porqué. Esta fue una forma indirecta de poner en práctica el final del punto 3 con su ejemplo. Es genial sentirse especial con detalles tan sencillos y tan a mano ¿verdad?
- Cuando le hablaba de mis sueños, ella me hablaba de ignorar las barreras que nosotros mismos o las personas que puedan hallarse a nuestro alrededor nos pongan incluso sin ser conscientes de ello. Ignorarlas, saltarlas, derribarlas… Me recordaba que sólo yo podía de verdad disfrutar o padecer mi vida. ¡Y por eso era a mi gusto, y sólo a él, cómo debía ser vivida!
- Me enseñó a querer y a amar. Esto parecerá una tontería, pero no todo el mundo ha tenido la suerte de que le enseñaran a querer y a amar. Y cuando se encuentran ante el amor, en verdad se hallan muy perdidos ante ellos mismos y el mundo que les rodea. Si no te han enseñado a amar, las emociones se convierten en algo muy complicado, en vez de algo fluido, natural… Y la vida mucho más cargante de lo que debiera. Yo tengo la suerte de que me enseñaran a querer y a amar, varios seres queridos que sabían convivir en el mundo de los adultos, manteniendo su corazón en el mundo de los niños. ¡Si es que tengo una suerte!
- Me mostró la importancia de estar alerta contigo mismo y tu entorno. Y así poder evitar o neutralizar malentendidos, molestias de salud… la lista de cosas que podrían enlazarse aquí es tan amplia como las lista de cosas que pueden interferir en tu bienestar.
- Me mostró que no hay seres perfectos y que no es una buena idea buscar perfección ni en ti ni en los demás. Que se puede encontrar, si de verdad se quiere, un equilibrio entre la mejora y la perfección, y vivir tu evolución como algo activo y dulce. Eso sí, con pequeños momentos de fastidio que, al recordarlos, provocan sonrisas.
- Que pase lo que pase, siempre puedes «volver a casa». Esto es: pase lo que pase, las personas que de verdad se preocupan por ti y te quieren de verdad, harán un esfuerzo en comprender tu situación y apoyarte, ayudarte en lo necesario. Así que si te encuentras en una situación delicada… ¡no pienses tanto y «vuelve a casa», con tus seres queridos, con tus amistades verdaderas y déjate arropar y animar!
¿Cómo enseñas a quienes estén a tu alrededor a ser más felices? ¿Qué legado te ha dejado quien te enseñó a amar?
¡Sin Spam!
Cada vez que un blogger hace spam
el vínculo con sus seguidores tiembla.
Puedes indicarme qué tipo de información no quieres que te envíe.