¿Democracia dinamitada?

Democracia o poder para el pueblo, son palabras que han llenado de ilusión en distintas épocas. Echar un vistazo a qué ha sucedido en los países que la han instaurado en sus sistemas políticos nos lleva a esta reflexión: ¿está siendo dinamitada, la democracia?

 

Congreso de los Diputados

 

Vamos a hablar de democracia. Te preguntarás qué tiene que ver este tema con un blog en el que, mayormente, escrio sobre temas más etéreos, más sentimentales, más íntimos. En este post no voy a hablar de los aspectos jurídicos, ni históricos de la Constitución, en esta semana de la celebración de los 35 años de su ratificación en referéndum, sino que voy a ahondar en aquello que siento y he sentido en relación con la Democracia y la época que nos ha tocado en suerte.

Hace unos años acudí a una conferencia en el Club Diario de Mallorca. El conferenciante era Yuri Felshtinski, historiador ruso que escribió el libro «Rusia dinamitada» junto al ex-espía soviético Aleksandr Litvinenko, que, como quizá recordarás, falleció tras una dolorosa agonía por haber sido envenenado con polonio 210 en 2006.
Con expresión afectada,como enjaulado en sus sentimientos, Felshtinski nos relató su experiencia con respecto a la represión que había sufrido su país que, como sabréis, va mucho más allá de la era Putin. Cómo habían visto una luz, un arcoiris, en la época del presidente Gorbachov y cómo este terminó por esfumarse al colocar como cabeza de Rusia a Vladimir Putin. Este cambio, entiendo yo, significó de algún modo desinventar la palabra perestroika. Fue volver atrás en el tiempo, dentro de la oscuridad, dentro de la impotencia.
 
En aquel momento no pude sino ver un símil entre lo que él relataba y la obra de Fernando Fernán Gómez «Las bicicletas son para el verano». En cómo los personajes mostraban su ilusión, en aquella Segunda República en la que las libertades comenzaban a palparse y magrearse, y las guerras sólo ocurrían en lugares que se antojaban tan antagónicos… hasta que la Guerra Civil Española explotó. Para algunos de forma esperada, para otros de forma impredecible: para todos de forma terrible.
En el turno de preguntas de aquella conferencia, expresé mi curiosidad: ¿cómo podía él explicarle a alguien como yo, nacida y crecida en democracia, qué suponía vivir en su Rusia? Él, visiblemente afectado (creo que más ante su respuesta, mental y física, que ante la pregunta en sí) me regaló unas cuantas palabras que, sinceramente, no alcanzo a recordar. Toda mi atención se detuvo y concentró en su expresión corporal, la expresión de su rostro, sus ojos… aquel fue el momento en el que más claro tuve en mi entera vida que, pese a la utilidad y belleza de las palabras y lo poderosa que es la comunicación oral, resulta a veces insuficiente, innecesaria, tan surrealista como ofrecer un chupito de aceite a un sediento.
 
Hasta entonces me había sentido afortunada y orgullosa de vivir en una España en democracia. Una España que abogaba por la igualdad de clases, de sexos, de etnias… un país en el que tener una serie de derechos indiscutibles y vitales: sanidad, educación, vivienda digna, trabajo…
 
Yo no tengo la suerte de creer en Dios y, en cierto modo, la democracia, tal y como la entiendo yo,  era una suerte de religión para mí. En pocas palabras: me alegraba de la época en que me había tocado vivir, pese a la crisis que ya despuntaba. Quizá por optimismo, quizá por confianza en mis creencias, quizá porque la anterior crisis, además de ser más tenue, me pilló más joven… 
 
Esta crisis, el gobierno de mayoría absoluta y su gestión, la mano en el cuello que suponen los mercados y las exigencias europeas… la dejadez de quienes decidieron no potenciar otras fuentes de crecimiento para el país y para sus talentosos a lo largo de décadas, al igual que decidieron no investigar ni enjuiciar a quienes colaboraron con el dictador y/o se beneficiaron de la dictadura… La conversión de los viernes en un motivo de desdicha, en vez de alegría, planificación y descanso… Los derechos se difuminan tanto que casi parecen desaparecer. Y las obligaciones que la Carta Magna otorga a los poderes públicos parecen carecer de importancia. Un voto, en mayorías absolutas, ha quedado más que claro que es poco más que papel mojado para el pueblo español. ¿Qué significa, sin embargo, para la clase política?
 
Teniendo en cuenta lo que acabo de escribir y lo que puedes leer entre líneas: ¿Debo entonces dejar de creer en la democracia? ¿Exite, verdaderamente? ¿Permiten que exista? ¿Nos gobiernan los políticos, los mercados? ¿Qué son, los mercados, de todos modos? ¿Los políticos son unos patanes, unos irresponsables, unas marionetas, unos perversos egoístas? ¿Qué lo ha corrompido todo, el dinero, el poder, la carencia de consecuencias, la falta de ideales..? ¿Estábamos viviendo en democracia, o verdaderamente sólo estábamos viviendo inmersos en una simulación, en una suerte de Matrix demócrata,  y bajo un capitalismo feroz?
 

Por lo pronto, compartiré qué pienso hacer: no sé vosotros, pero yo no puedo dejar de pensar que no he llegado hasta este punto vital para nada. La crisis, como a tantos, me ha sacudido. La ostia no me la quita nadie, pero las ganas, tampoco. Me niego a permitir que, además de restarme los beneficios sociales, recortar derechos o defenestrarlos, esta crisis suponga perderme en la tristeza y en el lado oscuro. Me niego a pensar que debo agachar la cabeza, cubrirla y esperar a que dejen de llover ostias.  Porque para algo tenemos ingenio, creatividad, para algo tenemos nuestra capacidad de soñar. Haré lo posible para revertir los efectos de la crisis en mi vida, tal vez con efecto dominó en la de los demás.

No hace mucho, me lamentaba de lo que yo entendía como la masa apolítica que existía en el país. Entender de politica, seguir las acciones de los políticos, entender que ello repercutía en nuestra calidad de vida… parecía estar de lo más out posible. 

Sin embargo, al ver los records de audiencia y repercusión en las redes sociales de programas como Salvados de La Sexta, entiendo cuánto eso ha cambiado.  

Periodistas como los del equipo del programa de Jordi Évole, y tantos otros (como El Intermedio, que nos informa apartándonos del lado oscuro, con humor y sin dejar de ser incisivos)  han contribuido a lo largo de este tiempo a que aquella masa apolítica que veía sea ahora una población que no sólo tiene necesidades económicas y se lamenta de la situación actual: también sea una población con hambre de información, con hambre de soluciones, con hambre de libertad.


Años atrás, no pude llegar a imaginarme vívidamente cómo sería formar parte de un país donde las vidas no importaban tanto, donde los derechos valían aún menos…  tanto respecto a la Rusia de Litvinenko y Felshtinski como a la España que tuvo que ver morir su Segunda República, vivir la horribilidad de una guerra civil y ser rematada con décadas de dictadura.

Cabe resaltar que no pretendo comparar la atmósfera ni la calidad de vida de los pueblos español y ruso. Pretendo mostrar algo distinto: lo dolorosa que puede ser la política cuando es corrompida. Y, sobretodo, que no considero que ningún pueblo merezca que sus gobernantes se sientan autorizados mediante el voto del pueblo llano no solo para dinamitar la democracia, también para dinamitar nuestro bienestar y sueños. Ambos, bienestar y sueños, inciden indiscutiblemente en nuestra autoimagen.

Dos días antes de su muerte, Litvinenko dictó al  presidente del Civil Liberties Fund esta carta, cuya lectura continúa encendiendo una luz en mí, cada día más:

Quiero agradecer a muchas personas. A mis doctores, enfermeras y el plantel del Hospital que hizo todo lo posible por mí, a la policía británica que está investigando mi caso con vigor y profesionalismo y vela por mí y mi familia.
Quiero agradecer al gobierno británico por cuidarme. Estoy orgulloso de ser un ciudadano británico.
Quiero agradecer al público británico por sus mensajes de apoyo y el interés que ha mostrado hacia mi situación.
Agradezco a mi esposa Marina, que se ha quedado conmigo. Mi amor para ella y nuestro hijo no conoce límites.
Sin embargo, estando aquí puedo oír el aleteo de las alas del ángel de la Muerte.
Podría escaparme de él, pero mis piernas no corren tan rápido como me gustaría.
Por lo tanto, pienso que tal vez es el momento de decir unas cosas a la persona que es responsable de mi actual situación.
Podrá lograr silenciarme, pero todo silencio tiene su precio. Ha mostrado usted ser tan bárbaro y despiadado como afirman sus más duros críticos.
Ha mostrado usted no tener respeto por la vida, la libertad o algún valor de la civilización.
Ha mostrado usted ser indigno de su oficio, ser indigno de la confianza de hombres y mujeres civilizados.
Podrá lograr silenciar un hombre pero el aullido de protesta, Sr. Putin, retumbará en sus oídos por el resto de su vida.
Que Dios se apiade de usted por lo que ha hecho, no sólo a mí sino a la amada Rusia y su pueblo.

 

 Entrevista de Yuri Felshtinski en Diario de Mallorca.

Para escuchar de viva voz a Yuri Felshtinski hablando de lo sucedido en su país y a Litvinenko, comparto con vosotros este video de una entrevista que le realizaron en la CBS. El original está en inglés. Podéis configurar, si lo deseáis, para que aparezcan subtítulos en el idioma de preferencia.

 

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Rosa Palmer

Soy la creadora y principal blogger de Por El Camino Azul. Ex-Miembro y reportera de la iniciativa de orientación laboral Parejas Orientadoras entre 2013 y 2016. Colaboré escribiendo artículos periódicamente en La Nueva Ruta del Empleo España entre 2015 y 2016. Mi vicio son las palabras. Adoro la vida, sus misterios, la comunicación y la creatividad. Me motiva la idea de difuminar la terrible frontera entre placer y trabajo. ¿Te apuntas?

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