La valentía no es exclusiva de los soldados ni de los heroes de leyendas arcaicas. También está en afrontar lo cotidiano. ¿Reflexionamos sobre ello?

Escribió J.R.R. Tolkien que el valor se encuentra en lugares inesperados.
¿Qué lugar más inesperado que en el interior de una persona a la que las dudas, tal vez la incertidumbre, tal vez el mismísimo miedo le atenazan?
¿Qué es la valentía?
Hubo una época en la que entendía la valentía como algo que surgía de tu interior llevándote a realizar las más temerosas de las acciones en pos de los más desvalidos. Junto a la palabra valentía, surgía en mi mente la imagen de alguien con aspecto guerrero, algún protagonista legendario como el David que derrotó a Goliat, un defensor de la paz, como Gandhi o el Doctor King.
Ahora entiendo que no es sólo afrontar empresas que vayan a cambiar la experiencia vital de muchas personas. De hecho, ya hablé un poco acerca de ello
en este otro post sobre la valentía. Va mucho más allá de todo esto.
La valentía es una cualidad que, a mi entender, reside latente en ti hasta que algo te exhorta a echar mano de ella. Lo curioso de la valentía es que la persona valiente no siempre es consciente de serlo. - ¡Compártelo: me ayudarás muchísimo! Tal vez por la imagen que la sociedad ha creado a lo largo de la Historia, como mis propios ejemplos de arriba.
No se entienden como
valientes personas que viven vidas catalogadas de lo más corriente. Craso error.
Las vidas más corrientes tal vez sean las que más valentía deban trabajar. - ¡Compártelo: me ayudarás muchísimo! No en vano, esa etiqueta de corriente, de normal, de insulsa, es la que no permite ver a qué se
enfrentan a cada momento. No nos permite valorar qué suponen cada una de sus decisiones, de sus acciones, de sus suspiros.
La persona corriente debe afrontar sus miedos, propios y heredados, y hacer lo posible por cuadrar sus valores con la realidad. Esta persona no se para a pensar si lo que lleva a cabo es o no valiente, sólo lo entiende como necesario. Y excusándose en que esas acciones debe hacerlas por un bien incuestionable (la manutención de sus seres queridos, el cuidado de algún enfermo, mantener el mundo lo más dulce posible al paladar de los más pequeños y así regalarles el mejor de los regalos: su propia infancia…).
Estas personas corrientes, no son conscientes de que de corrientes tienen más bien poco. Son especiales, fuertes, valientes y desprendidas. Estas personas cuyas almas están acostumbradas a no ver sacrificios sino necesidades, a ver las cosas materiales como algo secundario, a ver los propios sueños como algo no tan importante…. Estas personas merecen que los demás hagamos un alto en el camino y les ayudemos a tener bien presente su valentía. Su valor. Cuánto valen.
Deseo hoy darles cabida en mi pensamiento y en este, mi blog. Porque Por el camino azul, no es sólo un espacio en el que escribo de aquello que conozco y aprendo. También es un espacio con el que voy creciendo, con la estimulante y dulce paradoja de encontrar que cada vez tengo más por crecer. Y en este crecimiento, las personas corrientes que he tenido la suerte de encontrar desde distintas facetas en mi vida, me han llevado a creer en la bondad humana. Como me han llevado también a creer en aspectos importantes de la emotividad: el amor, el respeto, la empatía…
Estas personas corrientes, lo tengan fácil o no, van más allá de lo material y no dan cuartelillo ni al miedo ni a las dudas en pos de aquello que sienten como imprescindible y que suele estar íntimamente relacionado con el bienestar de una tercera persona.
Por supuesto que sienten aquí y allí, abatimiento y miedos. Es precisamente la existencia de necesidades propias, inseguridades, terror ante situaciones que sienten que les vienen grandes lo que eleva a las personas corrientes más allá del miedo. Es el saber que la inacción no es la solución. Es el saber que la inacción ante un problema sólo te deja el papel de persona a la espera, reactiva, tal vez inerte.
Estas personas no son conscientes de ser valientes, tal vez. No son conscientes de su fuerza. No siempre se paran a empaparse de aquello que logran. De verlo como los triunfos que son. De verse como guerreros pacíficos. De verse tan magníficamente capaces.
Todos conocemos a personas así. A buen seguro tienes a varias personas con este fuerte y tierno talante a tu alrededor.
¿No merecen estas personas no sólo el agradecimiento sino también la admiración de los demás? De ser los héroes en la sombra que logran que la vida ajena sea más sencilla, más enfocada a frutos, más sonriente…
¿No merecen aprender a reconocerse como valientes? ¿No merecen autovalorarse por encima de todo esto? Más allá de aquello que sienten que debe hacerse. Más allá de aquello que dan por normal y no lo es tanto…
Si tú, que estás ahora mismo leyendo, tal vez un tanto sorprendid@ ante todo lo escrito arriba, te tienes por una persona corriente; si te has visto reflejad@ en alguno, muchos o todos los aspectos que he nombrado antes, te sugiero que tomes una pequeña porción de esa valentía a la que estás desatendiendo y te la dediques a ti mism@.
Te sugiero que tomes una pequeña porción de esa valentía y le des a tus sueños la
oportunidad que, como sueños y, sobretodo, como
tuyos, merecen. Y no, no dejes que salga ningún ‘pero’ a rescatarte de esta sugerencia que te hago. Porque
esos ‘peros’ que se te están escapando por el pensamiento, quizás por la boca, no son sino otra forma distinta de miedo. Y ante el miedo, bien lo sabes tú, lo que más vale: la acción. - ¡Compártelo: me ayudarás muchísimo!
¿Ya eres consciente de tu valentía? ¿Cómo has agradecido a tus valientes aquello que han hecho por ti?
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