Descubre tus mordiscos de felicidad
Cuando deseamos la felicidad se nos olvida reflexionar acerca de ella. Qué es, cómo suele mostrarse habitualmente en nuestras vidas y porqué no debemos dejar de dar importancia a los pequeños detalles que nos llenan de dicha son los aspectos tratados en este artículo. ¿Te apetece saber más?
En marzo recibimos en nuestros calendarios al primer Día Internacional de la Felicidad, rodeado de otros días especiales, como el de los enamorados, del padre y de la poesía. Esta coincidencia en el tiempo de aspectos que, en muchas vidas parecen interrelacionarse, me ha llevado a reconsiderar el concepto de la felicidad.
Según la RAE, la felicidad es «el estado de ánimo del que disfruta de lo que desea». Creo que es una definición que, en la práctica, tanto hablar sobre ella, tanto intentar conseguir su fórmula mágica, sencilla y global que nos la proporcione, nos hemos ido apartando, a mi entender, de su esencia.
La felicidad es un estado de ánimo, esa es la cuestión. Los estados de ánimo, como ya sabéis, no son estáticos, no es algo que te sobreviene y ya está. Fluctúan, mutan, se esconden… eso lo tenemos ya por mano. Sin embargo, somos dados no a vivirlos como vengan, sino a tener cierta resistencia, a ralentizarlos, y decimos cosas como «hoy tengo un mal día» tras ocurrir algún incidente malo, o una serie de ellos, nos rendimos ante esa especie de mala suerte. El día queda menospreciado y lo echamos a un lado yéndonos a dormir pronto, para no verlo más. Bien, es una opción nuestra, respetable como cualquier otra, pero conviene pararse a pensar por un momento, respirar en profundidad y abrir la mente.
Nada es eterno, dicen. Bien, los estados de ánimo tampoco. Y, por ende, buscar o, peor aún, ansiar una felicidad eterna es una utopía, es obligarnos a sentir una desazón que no tendría porqué existir. Porque, además, no deseamos nada de forma continua, con la misma intensidad. Aparecen nuevos conceptos, nuevas pasiones que nos deslumbran y nos descubrimos sintiendo la necesidad de poseerlas de algún modo también. Ya, con facilidad. Y hay tantas cosas que requieren un esfuerzo… Entonces el desánimo aparece. Bien, va a costar más, deberíamos decirnos ¿y sólo por eso voy a dejarlo escapar? A veces, precisamente por ese esfuerzo extra, parece el deseo tener mejor sabor al conseguirlo, considero.
Además de todo esto que acabo de comentar está la costumbre de valorar las cosas íntimas con un rasero que entendemos como «el normal», en vez de aquello que nos susurra nuestra voz interior. Si la felicidad es cómo nos sentimos al poseer el objeto de nuestro deseo, para ser felices deberíamos escuchar esos deseos, considerarlos sin censura, sin obligarnos a perseguir los deseos que no nos invaden de forma espontánea, los deseos que damos por contado que debemos tener. Degustar todo aquello sencillo y cotidiano que nos llena de dicha, hacerlo nuestro de algún modo.
En los futuros momentos de desánimo espero que la razón me invada pronto y analice de forma breve la utilidad de ella misma, su necesidad, si es real o simplemente es lo que entiendo como normal sentir, es lo que espero que «toca» sentir. Y si es posible, incluso antes, reconsidere la lista de aquello que creo desear. ¿Ese deseo existe realmente, o sólo es un fantasma, un residuo de aquello que damos por hecho que los demás esperan de nosotros para poder considerarnos dentro del equipo «normal»? ¿Deseo formar parte, de cualquier manera, de ese equipo? Y lo que es más, ¿existe, verdaderamente?
Por eso, creo que no es mala idea mirar en derredor, quizá con los ojos cerrados, y no perder de vista aquello que está allí, tan evidente en nuestra vida que ni caemos en ello: ese sinfín de pequeños detalles cotidianos que decoran nuestra vida con una sonrisa: lo que yo llamo mordiscos de felicidad.
Llegar a casa y que mis perros me hagan la fiesta de bienvenida, escribir un relato y que coja el cuerpo y la atmósfera deseada, o mejor aún, inesperada, un beso que parecía no llegar en cualquier película o serie que me guste, pasear bañada por la luz cálida del sol, oyendo el relajante piar en los árboles… podría estar así un buen rato más.
Ignoro cuándo sobrevendrá de nuevo la desazón, pero no estaría de más tener un álbum con mis bocanadas de felicidad, mis logros, mis motivos para considerar la vida, sobretodo, como un regalo. Tenerlo bien a mano, compartirlo con quien pueda disfrutarlo o necesitarlo.
¿Te apetece compartir conmigo tus bocanadas de felicidad? Seguro que alguna me sorprende y engancha.
Imágenes: Rosa Palmer. Original de Pixabay.
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