La magia que es escribir
Una de las cosas que más me cuesta expresar en voz alta cuando me preguntan es porqué me gusta escribir, qué me aporta, qué tiene, para formar parte de mi vida a lo largo de décadas. Este post pretende dar respuesta, o comenzar a dar respuesta, a esa incógnita: ¿qué tiene la escritura, para viciarme tanto?
¿Por qué me vicia tanto, escribir?
Esta es, diría, una de las preguntas a las que podría estar añadiéndole respuestas, casi sin fin, y quedarme con la sensación de que tan sólo he rascado la superficie del tema.
Verás: escribir, con el paso del tiempo, ha pasado de ser un entrenimiento a ser una fuente de ellos. Me explicaré: para escribir, en mi opinión, hay que hacer algo muy importante, entiendo que vital. Y esto es leer.
Y cuando digo que es vital, comprendo que puede sonar un tanto exagerado. Pero quizá sólo lo parezca porque aún no te he comentado
A qué me refiero cuando hablo de leer
Cuando hablo de leer no me limito a considerar aquello de pasar tu vista sobre palabras escritas y cazar su significado. Cuando hablo de leer, hablo de muchas más cosas. Hablo de leerte a ti mismo en las palabras de escritores fallecidos hace siglos. Hablo de leer pensamientos ajenos mientras adviertes los propios. Hablo de leer la vida en los ojos, los gestos y las palabras de cualquiera que se cruce en tu camino y, sin saberlo, te regale ese delicatessen que es su mágica lectura, ese jugar a adivinar sus secretos, sus pasiones, sus para qués y sus suspiros. Cuando hablo de leer, hablo de zambullirte en los misterios, propios y ajenos, degustarlos y enriquecer tu mente, tu existencia, con ellos.
Escribir ficción
Estos últimos días estoy trabajando en una historia de ficción. Tomando prestadas anécdotas, experiencias y pensamientos, del pasado, de la imaginación… Todo aquello que se ha convertido en una piececita de puzzle, en varias piececitas de puzle que se encuentran acomodadas en mi mente, en distintos lugares de ella, hasta que algo llamado inspiración las magnetiza. Entonces ellas, envueltas en ese magnetismo tan curioso de observar, se van colocando, casi por sí solas, en unas posiciones a veces inesperadas. Mandonas, me lanzan el hechizo que despierta el deseo por escribir… Y sucumbo. Sonriente, complacida, y con mi mente frotándose las manos.
Llega un punto, cuando estás en fase creativa y tu imaginación ha sido muy estimulada a lo largo de mucho tiempo, en el que funciona con tal eficiencia, que el mundo real resulta prácticamente borrado ante tus ojos y es sustituido por aquel que estás creando de la nada en tu mente, recreando en tus recuerdos.
Te conviertes en espectador/creador de un universo que tan sólo percibes tú y en el que te descubres interviniendo de una forma subconsciente. La historia termina por llevarte de la mano hacia derroteros sorprendentes: personajes que toman vida propia y se sublevan a tus deseos mientras tú les guiñas un ojo, tramas que se enriquecen a sí mismas, situaciones que te emocionan más allá de lo que quizá debiera emocionarte algo que sabes que no ha ocurrido sino en tu mente…
Cuando estás en esa fase de creatividad arrolladora, que filtra un mundo paralelo en tus ojos, ni recuerdas los problemas ni las bellezas que puedan decorar tu vida. En esos momentos, estás. Simplemente. Dejas de pensar en qué vas a escribir, en cómo debes mostrarlo (eso forma parte de la adorada fase que antaño sentía como «mutilación y pérdida de esencia» y ahora siento como la más ingeniosa y divertida del hecho de escribir, a parte de la investigación y estructuración previa: la de «corte y confección«, la reescritura).
En esa fase, la de escritura, no hay nada más que los personajes y sus circunstancias, sus sentimientos, lo mucho que llegan a importarte, aquella profundidad que invocan y evocan en tu interior, y que van vertiéndose negro sobre blanco, línea a línea, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo.
Y, tan rápidamente como entraste en esa fase, sales de ella. Todo vuelve a su sitio, surgiendo ante ti casi como una aparición. Debo admitir que la primera vez que la imaginación me raptó de este modo, me asusté un tanto. Más que asustarme, diría que me quedé profundamente impresionada. ¿Cómo había logrado algo así? ¿No estaría volviéndome tarumba? Este último pensamiento fue realmente fugaz: las biografías de grandes escritores que he leído a lo largo de los años me habían prevenido de ello. Pensé que podían alcanzar este estado tan curioso y embriagador únicamente los genios, escribiendo sus obras maestras. Así que me sentí de lo más emocionada por haberlo vivido, al menos una vez, aunque tan sólo hubiese sido fruto de la suerte, pensaba entonces.
Yo no me considero genio, aunque sí poseedora de cierto ingenio. Debo aclarar que para mí, escribir es una búsqueda, además de un encuentro. Una búsqueda caprichosa, puesto que no ansío encontrar nada que no sea la historia sobre el papel y el fluir de los sentimientos, el conocimiento -vital y de materias concretas- que voy atesorando con ello, relato tras relato, historia tras historia. Esa es mi suerte. Es más: es mi fortuna.
Y me alegra ver que otras personas, sobretodo cuando sé que son personas no dadas a leer, posan sus ojos sobre aquello que ha salido de esa magia de la que estoy hablando y buscan palabras, tal vez gestos, para hacerme partícipe de qué les ha supuesto leer aquello que he podido compartir.
Una historia siempre trae, si te apetece descubrirlas, unas inquietudes, unas respuestas y, sobretodo, unas preguntas. Un avance, un retroceso, un paseo por la empatía, por el reino de la comprensión, la intriga, la belleza y la vida.
Uno, considero yo, puede vivir más, incluso sin moverse del sillón, si tan sólo se atreve a explorar aquello, desconocido aún, que anida en las palabras y sentimientos que nos han regalado grandes escritores. Sus textos, una ventana por la que entra un aire mágico, que tan buen punto te refresca, como te hace flotar en el mundo de la fantasía.
Para mí, lo bueno de escribir no es sólo todo lo que acabo de relatar, que ya sería más que suficiente para continuar haciéndolo. Para mí, lo bueno de escribir es ese reto, ese jugar al ratón y al gato con la historia (jugando incansable e intermitentemente en ambos papeles), ese jugar con las palabras, ese deslizarse de ellas, desde tu mente hacia tus dedos, sinuosas y atrevidas como bailarinas del aire, realizando acrobacias en suaves telas de lindos colores.
Para mí, lo bueno de escribir es ese eterno aprender, ese eterno mejorar, ese súbito momento en el que una obra deja de ser tuya para ser ella misma. Primero gatea, luego anda, luego corre y dibuja piruetas, divertidas, atrevidas. Ese súbito momento en el que eres conocedor de que has logrado ir un paso más. O mejor, que la historia, a pesar de ti, a pesar de la limitación del lenguaje, de la limitación de la consciencia, de la limitación del ser humano, ha conseguido ir un paso más allá. Ese súbito y fugaz momento, justo antes de que otras piezas de puzzle comiencen a reclamar tu atención, en el que te sientes orgullosa de como ha crecido «tu niño».
¿También te hace vibrar la lectura, la escritura o, por el contrario, te electrifica más la pintura, la escritura, el deporte, el amor? Dime ¿qué llena de magia tu vida?
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