Relato: El adorable sonido de las sonrisas en el silencio
Relato acerca de la magia de la conexión en las relaciones humanas, que llega incluso a volver cálidos los silencios. ¿Te apetece experimentarlo?
El silencio. El silencio resulta extraño cuando sobreviene de forma inesperada. Nos deja inquietos, expectantes, necios. Hay quienes le consideran la ausencia de sonidos, de palabras, de sentimientos que airear. Pero no. El silencio es mucho, mucho más. Y lo descubrí cualquier tarde en la que me llamaras, compañero, mientras tus palabras y tus hermosos silencios navegaban a través de los hilos de cobre, el aire, la fantasía, desde tu Cataluña hasta mi Mallorca.
Qué dulce sorpresa fuiste desde el minuto uno. Tan distinto, tan sencillo, tan claro como el agua que refresca en las cataratas que imagino como tu creatividad. Siempre atento, descubriendo entre líneas algo en mí que mi existencia aún no me había dado a conocer. Aquella luz tras el túnel, aquella madera que arde, aquellos versos que aún no he sentido.
Y tus ojos. Tus ojos sonriéndome a través de las horas y del papel fotográfico, cuando para enviarnos sentimientos cogíamos inagotables folios blancos, hojas de cuaderno, bolis negros, azules, textos mecanografiados… Y creábamos cordilleras de letras que nos protegían del viento, de las lluvias, del paso del tiempo. ¡Ah, la palabra! La palabra existía como nuestro sol. Nuestro Amón. Y nuestro mar, nuestro Mare Nostrum, permanecía como un laberinto de agua, que lejos de separarnos, nos unía, nos entrelazaba, nos perdía y recuperaba sin siquiera saberlo.
Mira que eras dulce, compañero… tus descripciones, volando en forma de sonrisas, siempre aparecían convertidas en los más tiernos piropos, elevándose hacia mis ojos, adentrándose en mis oídos como traviesos niños jugando al escondite. Dialogábamos sobre literatura, música, cine… sobre el mejor de los artes: la vida. Y la vida misma conversaba atravesándonos en aquellos inmejorables silencios que embellecían nuestros labios mientras charlábamos a través del espacio y el tiempo por un teléfono que ya fui incapaz de volver a ver gris.
Jamás he vivido los silencios igual, tras eso… A tu lado, en nuestra inmediata distancia, los silencios eran un expandir el pecho, un suspirar, un achicar los ojos, un arquear los labios. A tu lado, en nuestra abandonada soledad, los silencios eran un suspiro del alma, un acogedor reloj congelado, una paz, una tierra prometida, un cantar.
…Y súbitamente, llegó la oscuridad.
¿Qué sucedió? La vida, la muerte de la espontaneidad, el miedo a no saber existir en la vigilia, quizá. Entretanto, partió la rubia, mi cómplice, mi amiga, la única que comprendía las palabras que jamás yo pronunciaba. Me anduvo consolando en fresco abrazo enérgico en las noches de primavera que no eran interminables. Simplemente no eran.
Fue quizá un guiño de la vida, un juguetón complot de mis ángeles de la guarda, mi Anael, la rubia y la ojos-tigre, una casualidad, un sueño, un despertar. Ese breve encuentro en el aire, acariciado con los dedos, blanco sobre negro y más allá de Nuncajamás. De nuevo, el roce de tu voz inundó mi mundo y lo convirtió en mejor. En uno de los interruptores de mi despertar. ¿Llegó tarde, pronto, llegó a llegar?
Ahora vivo más que la vida incluso sin levantarme de la silla. Más ágil, vivaracha, locuaz, elocuente, alocadamente centrada y dada a llorar mientras río de verdad. Mis carcajadas bailan y te buscan, quizá te encuentran, sobretodo te admiran, compañero. A ti, y a mis ángeles de la guarda. Pienso en vosotros mientras poso mis ojos sobre el mar, el techo azul, las fotografías del ayer, y sonrío, pervivo, construyo paisajes de fantasía en mi corazón. Allí, acomodados en mi ecléctica decoración de alma de artista, reináis, me alumbráis y divertís, me brindáis los miles de abrazos que necesitaré hasta que la pantalla se funda en negro. Y por eso, y por todo aquello que tanto sabéis y tanto descubro, no os puedo echar de menos, mis exquisitos y pícaros amores, mis ángeles traviesos, mis rayitos de sol. Simplemente, no puedo compañero.
«Bienaventurados los que no hablan porque ellos se entienden.»
Mariano José de Larra.
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